En Teotitlán del Valle, Oaxaca, se encuentran el taller de José Mendoza, especializado en la elaboración de tapetes de lana y textiles personalizados, y NIA MX, la tienda donde José vende sus creaciones y cuyo nombre significa “mano” en zapoteco.
En el proceso artesanal que siguen José y su familia, transmitido de generación en generación, todos los pasos para hacer un tapete son igual de importantes: la elección de los materiales, el cardado, los tintes y el tejido final.
José nos abrió las puertas de su taller para dejarnos ver la compleja elaboración de sus textiles y todo el tiempo que conlleva. Así nos explica el inicio del proceso: “La lana se recolecta en los alrededores de los pueblos vecinos. Es una lana más corta, se le llama lana churra, que es de los borregos nativos de los valles centrales de Oaxaca”.
Una vez recolectada la lana, se lleva a cabo el cardado, proceso mediante el cual la lana es peinada para romper nudos y alinear las fibras individuales hacia el mismo sentido. Después, a base de torsión, se obtienen los hilos. Esta torsión se hace por medio de una rueca: “Cuando se termina una parte de la fibra –explica José–, para unirla nuevamente, solamente se le da torsión en las puntas y se van uniendo los hilos. En ningún momento se usan nudos para ir uniendo los hilos”.
La torsión es una parte muy importante del proceso, ya que como José nos aclara: “La calidad del hilo depende de la torsión que se le da; entre más torsión, más resistencia tiene el hilo”.
El proceso continúa con el lavado: “Una vez que la lana está lista, pasa a lavarse para quitarle las impurezas. La lana tiene lanolina, una grasa que no le permite absorber tintes, por lo que tiene que lavarse bien para quitarle todo eso. Si no se lava bien, no se pinta bien la lana, se quedan manchas y en general la pintura se distribuye mal”, dice José.
Después de ser enjuagada y lavada, la lana pasa a secarse y, finalmente, a teñirse y fijarse. Para el teñido, el proceso también es completamente artesanal. “Usamos tintes naturales y sintéticos, pero la mayoría prefiere tintes naturales, hechos a partir de plantas y flores”.
Para obtener cada tinte natural, el proceso es el mismo. Entre más se repose la solución, mejor será el tinte. José continúa: “Una vez obtenido el tinte, se hacen pruebas para ver si está bueno o no ha reposado lo suficiente”.
“Para el rojo más intenso, preparas amarillo; después, se pasa al teñido con la cochinilla y la fijación se hace con limón, pues el jugo de limón sirve para cambiar colores y como fijador”, añade José.
Gracias a su conocimiento sobre materiales naturales, en el taller de José Mendoza son capaces de obtener guindas, rojos oscuros y una gran variedad de colores brillantes.
El proceso sigue con la urdimbre, que José explica así: “Se hace hilo por hilo. Primero, se quitan los hilos de la urdimbre anterior y se empiezan a hacer los amarres del nuevo tapete. Una vez que la urdimbre está preparada, enrollamos los hilos y empezamos con lo que son las canillas. La urdimbre es de algodón, ya que la lana no tiene tanta resistencia al tensarla. La resistencia es muy importante, porque se necesita tensar lo suficiente para que sea un tapete de calidad. La urdimbre es el alma del tapete: si no se tensa bien, el tapete va a salir flojo”.
Una vez que los hilos están listos, se avanza con en el tejido, el paso final del proceso: “Aquí ocupamos una lanzadera, que es donde metemos las canillas, y con eso se pasan de lado a lado. Para el tejido hay que abrir los hilos de la urdimbre y, una vez pasado, se estira el hilo para que el tapete no se empiece a encoger. Después se usa el peine para bajar el hilo. Entre más fuerza se le dé con el peine, más rígido va a quedar el tapete”.
Contando a José, su esposa y su mamá, en el taller trabajan diez personas. Fuera del taller, en los tejidos, trabajan otras doce, quienes ayudan a dar el acabado final a los tapetes.
Al preguntarle cómo aprendió la técnica de hacer tapetes, José rasca un poco en su memoria y cuenta: “Todo lo que sabemos de hacer tapetes nos lo enseñó mi madre desde que éramos chicos. Mis abuelos también trabajaban en esto: son ya tres generaciones”.
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